29 de octubre de 2006

Masquerade

Me encrespé el pelo, pinté mis ojos oscuros y escondí mis labios con base.
Atreví a ponerme un poco de rímel, unas patas apretadas que nadie vería bajo los pantalones y un corsé que no se notaría bajo la chaqueta.
En la cartera metí cigarros, un encendedor, celular, billetera, maquillaje y sal para las heridas que me hiciesen los zapatos de taco.
Caminé con prisa al principio, pero el dolor de mis pies me hizo amainar mi velocidad sólo lo suficiente como para no parecer que cojeaba, aunque poco me faltaba para hacerlo.
Recorrí las siguientes cuadras con la cabeza erguida sólo cuando no miraba el piso y evitaba que me descrestara contra la vereda.
Me sentía bonita.
Piqué tomates y molí palta, me fume un cigarro y esperé sentada a que llegara algo más de gente.
Grité un par de veces al ver que una carta que sólo yo había visto aparecía por entre los dedos de un mago principante. Ahogué una exclamación de asombro cuando lo vi poner un cinco de picas al medio del mazo, golpearlo un par de veces y ver mi carta aparecer encima de todas las demás.
Algo curioso: las personas llegaban de a pares.
Sé de buena fe que en un momento eran siete parejas en el patio, o sea, quince personas contándome a mí.
Me escapé furtivamente bajo el beso de unos huasos y llegué al abrazo de unos mimos.
Traté de calentar mis manos sobre las hamburguesas de pollo, pero un cura bastante ebrio empezó a gesticular con su pan en la mano mientras el mago ponía el suyo sobre la parrilla. Muchos lo imitaron, y dijo con una sonrisa de autosuficiencia:
-Viste, si yo muevo masas.
Me reí más fuerte de lo que hubiera querido y seguí mirando el fuego mientras maquinaba en mi mente un mensaje a mi madre para que me librara de mi penosa situación.
El mimo festejado se paseaba con un medidor de plástico lleno de piscola con granadina.
Que yo era muy fome, y si tenía frio, que tomara.
Lo miré con mi peor cara y le mostré la lengua. Conversé con su polola y hablé con una vaquera sobre la psu y las carreras.
El mago mandaba mensajes con su celular y se reía sentado solo en un sillón, mientras que un joven con capa y bastón con calavera encendía un cigarro y tomaba un sorbo de su cerveza.
Rengueando, me moví por el patio buscando alguien con quien hablar.
Algo difícil, ya que con tanta pareja presente me sentia como la única en uniforme el día en que se supone, hay que vestirse de calle.
La mima me sacó una foto. Aparecí sola, sonriendo como autómata y subiéndome los pantalones que supuestamente me iba a sacar para verme disfrazada de algo.
Mi hermana me llamó, besé al festejado y quedé llena de talco por hacerlo.
Que tenía que estudiar mañana, lo sentía mucho.
-Filo, igual muchas gracias por venir.
Le comenté mi soltera situación a mi madre, muy dormida como para entender cualquier cosa que le dijese.
-Qué lata, ¿todos de a pareja menos tú?
Debo admitir que me sentí aun más sola, gracias a ese comentario para rellenar el somnoliento ambiente, murmurado con voz monocorde.
Al llegar, me comí dos trozos de chocolate, me saqué los pantalones y la chaqueta, me ví linda ante el espejo del baño y me rajé imaginariamente una vena mientras me acordaba de una pareja en particular que ya llevaba cinco meses, quienes habían empezado a pololear poco tiempo después que yo hubiese tenido una interacción mas bien curiosa una noche con el hombre en cuestión.
Y luego sola, como durante toda mi aventura, me senté en mi cama y empecé a escribir.