10 de abril de 2012

Me gustaría decir que fue la influencia de los años preguntándome de ti a la distancia, pero la verdad es que aún no he trabajado mis movimientos en profundidad, ya que sólo me he quedado en las consecuencias. No te conozco en lo más mínimo a pesar de saber de ti hace ya demasiado tiempo.
No sé si pensarte cínica o románticamente, si debiera imaginarte la curva del cuello o burlarme de cómo hablas; no sé, de hecho, si debiera pensarte en absoluto.
He dicho muchas veces en este último tiempo que no quiero sobrepensar nada. Que quiero regirme por los principios básicos y remolados que ensalzan la simpleza mental de tu sexo en lo que a sentimentalismos se refiere (qué egoísta, ¿cierto?), para no caer en el pecado autodestructivo de tratar de descifrar cada gesto o ausencia de éste. Siento que cada deseo que puede nacer -en este momento- en torno a tu ausencia sería una obligación premeditada más que un reflejo de lo que pienso o quiero hacer.
Una parte de mí no puede evitar el querer arrancarte de brazos ajenos sólo para sacudirte un rato, tentarte lo más posible, e idealmente dejarte colgando de algunas hebras de la respiración que cae de mi boca. Y que en un escenario perfecto yo descifre tu figura bajo la tela y te deje jadeando, inconcluso, para irme con media sonrisa y medio pito dentro de mi cartera.
Pero la otra parte de mí, la realista, la que conoció tu boca por breves instantes, sabe que de llegar el momento yo desecharía mi plan y cambiaría los roles de nuevo. Porque si fui yo la que te dio un beso, después fuiste tú el que no quiso dármelo de vuelta.
Entonces vienen los pensamientos como cascada, y chocan con las pocas cosas que he llegado a saber de ti y lo que intuyo debe estar pasando ahora en tu vida. Qué ilusa, qué tierna, pensar que alguna vez pude haber dejado una mella en tu cerebro que fuera más que momentánea, pero con el pasar de los años no he sido capaz de aprender que alguien como yo es incapaz de convivir con alguien como tú.
Pero, quién, dime, ¿quién? va a sacarme este picor de los dedos por sentir entre ellos la carne de tus caderas. O las ganas terribles que tengo de volver menos inocentes que antes a escuchar música en silencio mientras el humo amargo nos gritaba dentro de la cabeza. Quién, por favor, será el que retome tu tarea y me remezca del ombligo hacia abajo con una palabra mal dirigida por ti, mal entendida por mí; quién va a ser el que se asegure que la próxima vez nadie pegue un grito que nos interrumpa y yo pueda seguir lo que comencé.
Dime, quién, porque doy por seguro que no vas a ser tú.