5 de noviembre de 2010

Just ain't fair.

Y todavía.
Nada para mí.

Me equivoqué de buffet, parece.
O tengo mala técnica.
Confundí catar con bulimia, y ahora se me intensificó el reflejo.
Me sube cuando miro otra comida.
(De ahí que no pruebe otras cosas.)
Y me acerque a platos que creo saber lo que son (la intuición), pero nunca he pasado de las migas. La cremita de los bordes.
De ahí la conciencia en culpa y el abandono. Una nunca sabe como algo distinto va a engordarla. Y llega otra, toma el pastel entero, se lo lleva, y lo come lentamente. Y yo la veo disfrutarlo.
Y me digo: "Mierda, podría habermelo comido yo".
Y me consuelo: "Pero hay mas cosas en el menú".

(Pero hasta ahora no he querido comerme ninguna, porque temo que me toque algo amargo. Temo que me toque una textura viscosa. Temo que se disuelva muy rapido. Temo que. Temo que.)

Temo acercarme a la mesa, y del ímpetu, botar el plato al suelo. Por tomarlo con la mano y sonrisa falsa, en vez del tenedor entre dos dedos. De nuevo.
Por gula.
Temo que.

23 de septiembre de 2010

I only apologized to you to make you feel better.

Se despierta con las manos cruzadas sobre el pecho, los hombros congelados, la espalda hecha trizas.
El sol se vislumbra entre el polvo que nunca se asienta porque ella camina todo el día, y los pequeños destellos de oro que caen diagonalmente desde la ventana le hacen compañía mientras ahonda un surco, imaginario, entre cada vértice de su pieza. De la cabecera al pie derecho de la cama, de ahí al izquierdo, desde éste a la esquina izquierda, cruza la pared frente a la puerta a la otra esquina, evita los muebles, llega a la otra pared, la cruza, llega hasta su cama, y repite.
Y la respiración que le sale entre alfileres de los pulmones. Se sujeta el esternón con una mano mientras con la otra se agarra el costado con su dolor punzante del cansancio, pero aun así no se detiene y los pasos se le suceden con maníaco ritmo, uno detrás de otro.
La interrumpen con el almuerzo. Se sienta con las piernas cruzadas en el centro de la pieza, nunca en el escritorio, sobre la silla, no. Observa la bandeja un par de segundos y analiza el orden rutinario de los componentes. Nada trae su valor nutricional, pero ella ve los números explotando desde cada plato: doscientas treinta y cinco, más dos diez, el postre unas ciento cincuenta y el agua nunca sale invicta porque sospecha que le echan algo, así que mínimo cien. Y tiene que tragársela porque llega el almuerzo con las pastillas y ella tiene que abrir la boca, levantar la lengua, con los dedos como gancho abrirse las mejillas y dejar que violen con la mirada su boca.
Poco y nada. Y una hora después se llevan la bandeja y ella camina con el estómago rugiéndole por culpa del agua que le rompe el equilibrio, pero se detiene en una esquina para dejar asentarse al polvo bajo el sol. Escarba la pintura con las uñas, contándole secretos a la pared, cuentos para niños e historias de los insectos qe se le metían bajo la piel y que ella sacaba como fuera, a cuchillazos, con los dientes.
Se sube entonces la bata y le muestra los caminos de la soledad tatuados en sus piernas con recta crueldad, su incomprensión cicatrizada en líneas que se escribieron unas encimas de otras, cada vez menos vacilantes en su ruta y final alteración en su piel. Se pasa los dedos entre los muslos, abre las piernas, cierra el puño y se golpea, para mantener morados los círculos, ahora que no tiene ni uñas, ni papel, y los dientes se le pudrieron.
Después descansa con la mirada en el techo, la cabeza encajándosele en la esquina, y se imagina un día de verano a contraluz.

18 de julio de 2010

Disturbia.

Una monja de mi colegio me dijo una vez, quizá pensando que me estaba haciendo un favor, que yo no era una señorita, o que no me veía como tal. Y que, por ende, no le gustaría a nadie si no comenzaba a parecer una. Dos cosas me pasaron luego de este incidente: lo primero, que apenas se fue me puse a llorar. Lo segundo, que cambié los bototos que usaba en el colegio por unos zapatitos que todas mis compañeras usaban.
No deja de parecerme curioso, sin embargo, la amonestación de la que fui fruto. Encuentro una muy dulce y cómica ironía que justamente, la mujer que decidió criticar mi falta de femeneidad y sus posibles consecuencias, es la misma que escogió casarse con su amigo imaginario.
Digo no más.

22 de junio de 2010

She moves in her own way.

Es la época en que las ventanas gotean desde sus marcos sólo cuando se las mira. Las hojas ya no crujen cuando las pisas, así que ahí el cliché se epieza a romper un poco. Además, uno siempre se abriga mucho o muy poco, así que la fantasía del día de sol de invierno con temperatura perfecta bajo una bufanda pero sin guantes nunca se cumple. Y se rompe un poquito más. Ah, y sin compañía, ese guaterito humano perfecto para cucharear mirando al cielo gris tras el vidrio sobre la cama, ese tipo paliducho pero sonriente que tolera salir a caminar con doce grados, lentito, de la mano. Y crack final, se nos rompió la cinta y no hay cantidad de hipocresía que la una.
En verdad, de la película de Julio lo único que está es la lluvia. Y una posando con un codo apoyado en el marco de la ventana mientras la mano sujeta la mejilla, la mirada melancólica perdida a una distancia que demuestre ensoñación pero no introspección. Eso, y el frizz incontrolable, el chaleco que nunca es de lana con pelitos y suave como alfombra recién comprada. El café queda amargo o dulce, y si no quema la punta de la lengua con malévola intensidad entonces está aguachento o helado.
Pero honestamente, es la época en que la gente está de lo más abrazable. Las capas de ropa los convierte en peluches (y dejémoslo ahí no más, porque esa gente se pone suceptible cuando se le mencionan otro tipo de capas que comienzan a recubrirlas en invierno), y están blanditos, calientitos. Siempre y cuando se dejen abrazar. Ahí comienza a resquebrajarse la sonrisa de nuevo, volvimos al punto de la soledad.
Pero, ¿la verdad? No hay porqué estar abrazando con intenciones libidinosas, jalándose casi el pelo del ajeno hasta marerase en su olor que (obviamente, no puede ser de otra forma en la película invernal) se nos va a quedar pegado en la nariz hasta el momento de ir a acostarse queriendo mandarle el doceavo mensaje del día. No hay necesidad de hacerlo.
Porque a mis amigos le gustan mis abrazos también.

26 de mayo de 2010

He's got looks that books take pages to tell.

Para tí, Vale. Por la micro conversación de hoy, que catapultó este mínimo texto.
Por leerme siempre, por estar ahí, y por ser.
Te quiero, a tí, y a tus ovejas.
***

Manzana harinosa, eso eres.

No voy a recurrir al cliché de la podrida, porque no aplica: a ésas se le nota de lejos lo amargo, lo machucado, el gusano que les viaja por dentro y les pudrió las carnes. Una aprende de vista a alejarse de tales manzanitas que ni sonriendo se les disimula la mancha café y sucia que es su mente, y basta que cuando chica me hayan dicho que ésas no se comen y punto.
No, para nada, tu eres esa manzana que promete, brillando verdecita, tentándome a que te masque hasta hacerme sangrar las encías del entusiasmo casi cinematográfico de probarte. Ese tipo de manzanas engaña hasta al veterano agricultor, porque ni presionándolas con los dedos se evidencia la blandura decepcionante y el sabor venido a menos. No tenía cómo conocer tu naturaleza, aunque igual no dejo de culparme por el hambre ávido que me provocaste.
Es que te veías resplandeciente, frente a mí, mi primera y deliciosa manzana, que debe haber sido tan rica de masticar con todos los dientes posibles. Si hasta ganas de inventarme muelas observándote. Quizás fue la espera o quizás nunca lo supe, pero tantos años de querer comerte me pasaron la cuenta y llegado el momento de acercarte ávida a mis labios, sorpresa, sorpresa: puaj.
Blanda y fome, no tenías ningún jugo ácido que contrastara con la dulzura que se le adivina a la manzana que a una le entran ganas de comer. Lo bueno es que fui prudente y que me bastó con morder un poco tu cáscara
para levantarla y lamer tu carne blanca para descubrir el engaño en que me tenías. Te sigues viendo increíble y de naturaleza tentadora, pero igual, tu textura no me la quitas de la boca con tu perfecta anatomía frutal.
Es que no hay nada más triste que manzana harinosa, y lo peor es que a ella no sólo no le afecta su calidad, sino que es capaz hasta de jactarse de la arenosidad seca bajo su cáscara, y se siente la burla malévola por su secreto descubierto al primer mordisco. La pena es propia, mía, que te tildé de delicia pero que en verdad no valía la pena ni recogerte del cajón lleno de manzanas mejores. Es también la de mi amigas, que te tildan de imbécil, y también de las otras pobres bocas que han tenido el desagrado de comerte.
Pero aun así, no puedo evitar pensar que a pesar de desabrida, es mejor tenerte para devorarte que envidiarte junto la ilusa que te mastica todavía.

4 de mayo de 2010

The tip of the iceberg.

Se te cayó el cielo de los ojos, y a mí me empezó a flotar el estómago al tiempo que un escalofrío me recorrió como un dedo la columna. Sentí como alrededor nuestro el tiempo cambiaba y se ponía más lento, para quebrar el aire con la punta de una cuchara y esperar que sonara como un cristal. Miré al suelo, lo recuerdo, y vi como jugabas a pisar las líneas del suelo y a esquivarlas al tiempo siguiente, justo cuando los gritos dentro de la casa aumentaron y nos alejaron más del resto, nos encerraron en una burbuja perfecta e íntima.
Nos imaginé desde lejos, si quizás se vería extraño cómo comenzaban a viajar tus dedos de tu rodilla a la mía y cómo yo no sólo no hacía nada por impedirlo, sino que me deslizaba lentamente en mi silla para hacerte el camino más corto.
Me derrito un poco de nuevo al recordar tus ojos sonriéndome tras una cortina de pelo que desde que te conocí deseo apartarte de la mirada, pero que justo en ese momento me sirvió de escudo para no desplomarme al piso, los músculos hechos agua. Y sé que fue intencional eso de hablarme en un susurro que ni tú mismo fuiste capaz de escuchar, que provocó que me inclinara en una fingida inocencia a escucharte.
Pensé por tres milésimas de segundo que esto iba a ser igual que siempre. Que yo te agarraría la nuca, dejándote indefenso, y te habría plantado uno de esos besos que por lo veloz es mejor olvidar. Que después de despedirnos en la puerta no te iba a contestar ningún mensaje, ningún mail, aplazaría tantas veces las fechas que terminarías aburriéndote de esperar y olvidándote de mí. Pero no.
Tú me tomaste la nuca y me acurrucaste contra tu cuello, respirándome el pelo una vez que yo comenzaba a reírme de lo desprevenida que me pillaste, de cómo me giraste el mundo en ciento ochenta grados al cobijar con tu mano la mía, nuestros dedos entrelazados, y me raptaste de mi esquema.
Me apoyé en tu pecho y sentí tus latidos contra mi oreja, tan erráticos como los míos, y tragándome la noche con los ojos cerrados supe que no iba a poder esperar a salir contigo apenas me lo pidieras, cuatro segundos más tarde.
El tiempo volvió a su curso normal, pero a ninguno de los dos nos importó.

20 de abril de 2010

Guess what?

Quiero que algo quede claro (y un par de hombres y un grupo quizá mayor de lesbianas lo sabe): las mujeres somos complicadas. A veces ni nosotras nos entendemos.
No, mejor, seré mas precisa. Rebobinemos.
... quiero que quede algo claro (y un par de hombres, un par de lesbianas y un grupo mayor de amistades lo sabe): soy muy complicada. Y la mayoría del tiempo ni yo me entiendo.
Le pondré a usted, querido lector, un ejemplo: imagínese a un tipo de estatura promedio tirando a bajo, coeficiente intelectual más que razonable y una cara más agraciada que no transable. Ahora imagínese a ese pobre sujeto en la mira de cierto animal a quien se encuentra leyendo, que por dos años le juega en un tira y afloja bastante impredecible, y a quien finalmente se sirve en bandeja para desechar dos semanas después por encontrarlo "denso". Eso aquí y en la quebrada del ají es ser CRUEL. Porque ya, no he narrado los pormenores de una situación tal, y tampoco quiero hacerlo (sea ya por no develarlos o por no inventarlos, vaya usted a saber), pero el estar en jugueteo inconsistente es suficiente para enfermar de los nervios al pobre juguetito. Pero bueno, prosigamos.
De ese tipo de decisiones ahora puedo coartarme, pero no es raro que mire las huellas de lo pisado y me pregunte si fui sensata o incluso, justa. Siempre me justifico, pero la verdad, me he descubierto cambiando de parecer tan rápido como algunas cambian de pololo. Y más rápido, incluso. Yo me remito con temor a una canción de cierto cantautor uruguayo que me ha cagado la vida desde que lo conocí, y me asusto por las consecuencias de mis acciones. Pero me convenzo de haber pagado el precio de mis acciones, y sigo viviendo como si nada (porque nada) hubiese pasado en mi perspectiva.
He ahí un ejemplo de aquella porción de mi comportamiento que es errática e impredecible. Y lo que yo quería publicar a los cuatro vientos bajo ciertos códigos de anonimato e información filtrada, es que he caído nuevamente en uno de esos casos de arrepentimiento de los que no sólo me hacen mirar las huellas, sino que me hacen imaginarme golpéandome repetidamente la cabeza contra una pared con toda la frustración propia de aquel gesto.
Porque a veces digo que sí pero tres segundos más tarde me doy cuenta que quería decir que no.
Esta pequeña verborrea, damas y caballeros, se debe a una de estas instancias.
Que sí pero en verdad no (¿cómo no te diste cuenta?), que después me arrepentí y miré hacia arriba. Que te agarro pal weveo pero que quiero agarrarte algo más que eso.
Que, mierda, oh, mierda... no sé qué me pasa pero sé que algo tienes que ver en eso. Que me siento con el valor pero se me va. Que quiero puro pero de ahí no.
Lo bueno es que creo haber encontrado la solución. Lo único que debe suceder es que ahora yo no diga ni haga nada, y que
él, sin preguntarme nada, vaya y se lance a por mí. Y chao los cuestionamientos y viva la vida, que la resaca prefiero guardármela para la mañana siguiente. Que esta vez se diga menos y se haga más, se piense harto, harto menos y se acabó el cuento. Creo, entonces, que él y yo nos debemos un disparate, y creo que en aquel caso ni me preguntaría por el karma.
(Juegue.)

14 de abril de 2010

Made you weak.

Se despertó con la mitad de la cara impresa por una servilleta. Abrió los ojos despacito, el sol de la mañana de enero perforando las ventanas hacia sus párpados. La pieza estaba inundada de luz: el mantel blanco la rebotaba en las copas, cada una en su lugar, tenedores y cuchillos dibujaban en el techo pequeños arcoiris que re repetían en cada plato, cada fuente de plata, y le llegaba con dolorosa claridad a los ojos.
Apoyando los codos en la mesa, miró serena a su alrededor. Cada puesto en el comedor estaba inmaculado, pero unas cuantas moscas comenzaban a revolotear encima de las fuentes, cruzando los rayos del sol y posándose con tranquilidad en la carne, el queso endurecido, las frutillas en crema agria. Pestañeó lento y miro hacia sus brazos cruzados sobre la mesa, su piel y vellos resplandeciendo por esa luz esperanzadora de la mañana. Los zumbidos de las moscas rompían la pureza de escena; eso, y ella misma. El prístino mantel tenía a su lado una mancha grande, morada rojiza, bajo la única copa que fue utilizada la noche pasada. El sabor amargo de su boca le hizo darse cuenta que la única persona bebiendo de aquella copa fue ella.
Ella, con el tinto en la mano, el pelo revuelto de los rulos que se había hecho hace horas, bailando alrededor de la mesa desierta al mix que había preparado hace semanas. La botella, vacía, abandonada en el suelo, se la había casi terminado de tomar antes de caer rendida en uno de los puestos del medio, frente al ventanal y a espaldas de la pared, con la coma desparramándose a su lado. Y ahora, el cerdo con piña pudriéndose frente a sus ojos, un cigarro aplastado en su cabeza dorada, la ensalada arruinada por la ceniza, y ella que no lograba sacudirse la noche de encima. Cerró los ojos y suspiró, su pelo cayéndole en puntitas redondeadas contra su espalda, haciéndole cosquillas al trozo de piel desnuda, entre el cierre abierto de su vestido.
Se vio de zapatos altos, la copa (la primera) en la mano, esperando con un ligero taconeo frente a la puerta mientras caminaba en círculos por el pasillo. El reloj de la entrada la mantuvo calmada la primera hora. A las once se exaltó, a las doce se retiró al comedor, a la una y media ya se había terminado la botella de vino y yacía con la pera sobre el mantel, los brazos cayéndole flojos a sus costados y la mirada perdida en la silla de al frente. Y después la mañana, con su sol inclemente y despejador.
El sol rebotó sus rayos en un cuchillo frente a ella, guiñándole en arcoiris desde de su filo. Ella alargó la mano derecha, tomó el cuchilo y estiró el antebrazo izquierdo por la mesa. Bufó una risa y sintiendo la punta helada del cuchillo contra su muñeca, cerró los ojos y se puso a llorar.
No importa. Iría a trabajar como todos los días, vistiendose para nadie, sonriéndole a todo aquel con quien hablara ese día. Llegaría de su alrmuerzo solitario de nuevo a la oficina, detrás de la pantalla, teclearía incansablemente hasta las seis, tomaría el colectivo, llegaría a su casa y ordenaría la mesa.
Se levantó de la silla apoyándose en la mesa, la cabeza retumbandole un poco los recuerdos del vino. Caminó por el comedor, se agachó para recojer sus zapatos y terminó de bajarse el cierre del vestido con la mano que tenía libre, mientras hacía círculos con el cuello, la cara hacia arriba y sus pies que ya conocían el camino de memoria.
Caminando por el pasillo al baño, cambió el rumbo y entró a la cocina, donde se quedó mirando la puerta del refrigerador. Tomó el lapicito que colgaba al cosatdo y lo alargó hacia el calendario sujeto con imanes a la puerta. Trazó delicadamente el dia anterior, con la palabra "cumpelaños" escrita en él, soltó el lápiz y se fue a duchar.

24 de enero de 2010

Borrador.

Uno de los borradores de cosas que he escrito en este blog pero que no he publicado. Sólo por el afán de revivir un poco este espacio, que nunca estuvo muy activo en un principio. De ahí lo fome del título.
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Antes caminaba por la calle con la espalda erguida y el consabido pecho de paloma. Era hermosa: el pelo le caía por los costados de la cara como un par de cataratas oscuras que enmarcaban sus grandes ojos de pestañas largas. Después, el accidente y la mitad de su cara en el pavimento, rasgándose de oreja a nariz y de pómulo a boca. Se odió por no mirar a ambos lados de la calle por estar mirándose en el reflejo de una vitrina frente a ella.Odió su nueva cara, la canción que le explotó en las orejas cuando cayó a tres metros de donde fue impactada, incluso a su vestido rasgado y deshilachado que nunca pudo botar. Ahora mira recelosa temiendo las risas y los dedos que la apunten con burla, y el pelo en chasquilla gruesa para tapar las cicatrices de la frente también se carga sobre el lado derecho de su cara, para evitar mostrar la sonrisa torcida. Ya no se pavonea, pero ha dejado de esconderse: es la nueva imagen de la campaña de carabineros para la conciencia peatonal.