12 de junio de 2007

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Te preguntarás que hacer con la carne blanda que te impide llegarle al alma, a lamerle el corazón. No sabrás que hacer con las manos una vez que hayas tocado todo y te falte aun tanto por tocar, no te sentirás conforme con el sabor a sudor en los dedos y querrás tener en tu lengua su verdadero gusto, su esencia.
Tratarás a ojos cerrados no asombrarte de nuevo con lo que creías ya conocido, vas a tomar de su boca el aliento que recorrió a su pecho, ilusionándote con respirarle la vida para que se funda con la tuya.
Intentarás con la lengua dejarle una estela de secretos sobre la clavícula, o con las uñas testimonios de pertenencia, marcas físicas de lo intangible, evidencias que recuerden tu estadía en su cuerpo porque aún no serás capaz de creer en aquella suerte.
Y cuando llegue la calma tendrás miedo de algún día odiarle, serás conciente de los fines eventuales, y guardarás entonces con la vista la sombra bajo su nariz o la curva de los labios, para no olvidarte nunca del calor que recorre de extremo a extremo y de las espaldas arqueadas con cuellos expuestos.
Y luego pretenderás, cuando se junten sus miradas, que todo es eterno, no mencionarás que te duele el tenerle cerca imaginando su partida, y dormirás sobre su pecho esperando, con una sonrisa, morir dentro del sueño.