16 de junio de 2008

Sunburn

Como cuando para hipnotizarte te piden que pienses en aquel momento en que fuiste más feliz y hubieses deseado morir para llevarte contigo ese recuerdo perfecto, yo siempre escojo el mismo momento una y otra vez.
Es una pieza, pero el entorno no es el que importa.
Es una cama. Una tarde de primavera, con la ventana abierta hacia el atardecer cálido de los primeros días de Octubre y que contra mi espalda hacían llegar los rayos del sol. Pero la verdad es que de esto yo no veía nada porque tenía ante mis ojos mi propia sombra proyectada en la piel suave de un cuello en aquel entonces amado, mientras por la nariz me dejaba drogar por su olor y sólo entreabría los labios para no darle un beso. Me hacía la dormida, me acuerdo, y creo haber cerrado los ojos para dejar que sólo la luz entrara por los párpados, y me sentía el corazón palpitar en las orejas.Por todas partes me llegaba algo, y todavía soy capaz de sentir mi pierna izquierda entre otro par, mi brazo bajo su cintura y el otro sobre su pecho, todo inmóvil porque todo calzaba perfecto. No soy capaz de describir mis latidos irregulares, que creo se saltaba bombeos por la pura felicidad. Podría haber muerto. Ojalá hubiese muerto.En ése momento no tenía idea de traiciones, de esconderle cosas a mis papás, de preguntarme una y otra vez lo que estaba haciendo, si estaba bien sólo porque así se sentía. Me acuerdo que omitiamos el hecho que por uno de los lados había un compromiso, y que eso hacía de nuestro abrazo algo aun más especial.Porque nadie podía saberlo, o nos odiarían apenas supieran.
Y ahí termina. Cuando escuchamos a su mamá subir la escalera, y tuvimos que desprendernos del segundo útero con tanto dolor como la primera vez. Yo me senté en la cama con aire indifernte, mientras su madre tocaba la puerta de la pieza y nos preguntaba cómo estábamos.
De ahí no sé que pasó. No me acuerdo qué hicimos después, pero de lo que estoy segura es que ni siquiera intentamos abrazarnos nuevamente. No sería lo mismo y tampoco deseabamos tratar, porque ya lo sabíamos; se había terminado.Pero aun tengo su olor dulce en la nariz, el que a pesar de los años sigo reconociendo como su perfume cuando alguien se cruza por la calle. Tengo el sol tatuado en la espalda y las piernas siempre tibias entre las suyas, y la certeza que tengo para coleccionar uno de los momentos más hermosos de mi vida que sólo el olvido involuntario me puede arrebatar.