18 de julio de 2010

Disturbia.

Una monja de mi colegio me dijo una vez, quizá pensando que me estaba haciendo un favor, que yo no era una señorita, o que no me veía como tal. Y que, por ende, no le gustaría a nadie si no comenzaba a parecer una. Dos cosas me pasaron luego de este incidente: lo primero, que apenas se fue me puse a llorar. Lo segundo, que cambié los bototos que usaba en el colegio por unos zapatitos que todas mis compañeras usaban.
No deja de parecerme curioso, sin embargo, la amonestación de la que fui fruto. Encuentro una muy dulce y cómica ironía que justamente, la mujer que decidió criticar mi falta de femeneidad y sus posibles consecuencias, es la misma que escogió casarse con su amigo imaginario.
Digo no más.