24 de junio de 2009

Y volver a reír.

Tu tempestad y mi calma se me suceden a veces con los días, a veces con los meses. Entremedio me quedo mirando al cielo esperando la lluvia y una llamada perdida tuya en mi celular, en tenerte de nuevo a medio metro con tantos secretos por contar y tan pocas instancias para hacerlo. Que me partas de un costado a otro sin saberlo, como siempre, que me dejes rebotando en tu sonrisa mientras yo, para evitarte, bajo al suelo los ojos ocultándote otro secreto más. Uno que me gustaría lamerte en la oreja.
Poco a poco te siento menos cerca y canto internamente mi victoria. Días, horas después, una vereda, un refrigerador, una marca de alcohol determinada, me recuerdan los más casos a una fantasía, los menos a una vivencia. Y me repito que no es sano, porque de partida no sabes, y porque finalmente nunca podrá ser, pero no puedo evitar pensar en lo suave que podría sentirse tu respiración entre mis dientes.
Volver a soñar sobre tu recuerdo se me hace cada vez más fácil; en cierto modo me he resignado a un fantasma de mi propia fantasía basada en ti acompañándome en tu espera. Y es como si supiera que cualquiera de estas noches cuando coartada por un vuelo, por una nebulosa, podré entrecruzar mis dedos con los tuyos por más rato del que se supone una amiga lo haría. Y que entonces el frío que no sienta me permita acercarte a mi cuerpo, y mi boca contra la tuya me dará los segundos necesarios para saber si ese día, y desde ese día, me librarás de tí.