1 de agosto de 2008

Cosquilla.

Era tan lindo cuando salíamos al balcón y hacíamos que nos gustaba ver el atardecer cuando a ninguno de los dos nos gustaba el sol. Esperábamos que dentro la fiesta se encendiera como sólo lo hacen en las noches de verano y entonces yo me arrimaba tí alegando que me daba frío la brisa tibia de las diez y media. Me mirabas y yo contaba las entrellas en tus ojos sintiéndome hermosamente cliché, sin saber qué decirte. Veía cómo la sal se te pegaba en el pelo y hacía como que tu mano en mi hombro echaba allí raíces y nos quedábamos ahí en el balcón coordinando nuestra respiración, hasta que alguien llegaba con una cerveza en la mano y con tono alegre le comentaba a la comitiva que lo pudiese haber seguido que nuestra amistad era envidiable.
Eso fue el verano pasado y a mi tus ramas se me quedaron enredadas en el pelo. No me las saco porque las manos se me pusieron rígidas cuando las crucé a la espalda de tu nueva polola, cuando la abracé como a una hermana.