27 de noviembre de 2006

Caprice 16

Pasa, pasa querida. Ponte cómoda, deja tu abrigo y tu sombrilla en el perchero que está en el armario.
Siéntate y cuéntame ¿qué es lo que te trae por aquí?
Asuntos importantes, me dices. Pero algún ejemplo podrás darme, querida, como para hacerme una idea de tu incómoda visita.
¿Que me vienes a ver exclusivamente a mi? Vaya, que halagada que me siento.
¿Que parecía necesitarte? Pues, lo admito, el momento te ameritaba, es cierto. Pero no te esperaba con tanta prontitud, mirándome como si me agujereases la frente y obligándome a sonreír con descaro, mentirosa e hipócrita.
¿Que quieres que grite? Si me pasas ese cojín del sillón, lo haré con gusto.
¿Que lo haga más fuerte? No, mi familia ya hace rodar los ojos al verme.
Me dicen que me calme, pero tu niegas con la cabeza ante sus demandas.
Porque tu quieres que me exalte, ¿cierto? Y me infundes las ganas de correr y gritar, pegarle a algo con una sonrisa en la cara y esconderme bajo los brazos. Y gritar y gritar otra vez.
Me provocas mucha incomodidad, me dan ganas de sacarme la piel a tiras.

Pero no saco nada con explicarte, ¿cierto, mi querida Vergüenza?
Porque tu ya lo sabes todo.
Absolutamente todo.