13 de enero de 2008

8:42

Llevaba un vestido un poco demasiado corto pra su edad. De color azul con rayas oscuras, la tela se fruncía entremedio de sus piernas ya no tan lozanas, dejando a la vista un sector quizá muy cercano a su intimidad. El pelo suelto y alborotado, simulando el peinado de revolcón, le caía hasta los hombros en mechas de distintos tonos de rubio.Se echó un chal blanco a los hombros, en horrible disonancia con el vestido, y se miró al espejo orgullosa. El maquillaje, para ella, estaba perfecto. Ojos oscuros y labios fucsias que, a su parecer, invitaban a besar con pasión. Una capa de base y grumos de rímel en las pestañas, y se sentía de veinticinco de nuevo, sin darse cuenta cómo en la pista de baile su perfecto maquillaje cedería bajo el sudor y la opresión de las arrugas en la comisura de sus delgados labios rosas trizaría la tersura de su nueva cara. Dando una mirada completa a su cuerpo, se alegró de la edad que creía aparentar. Sí, era esbelta, pero su delgadez expuesta por los plieges del vestido eran mas gotescos que sensuales. La tela no se le ceñía a la cintura como ella hubiese querido, pero se conformaba con la exposición de sus piernas que definitivamente esta noche le conseguirían pareja.
Taconenado por el pasillo de su departamento, ensayó un contoneo de caderas que levantara el vestido de manera sutil y que permitieran a los futuros espectadores una fugaz mirada del encaje rojo que adornaba a si entrepierna. Se sintió irresistible.
Tomó las llaves del plato de peltre al lado de la puerta y las guardó en su cartera con cuidado de no arruinar sus uñas. Con una última mirada al espejo y un alborotamiento rápido de su pelo, se miró contenta y se dijo a sí misma que hoy, si bien no encontraba el amor de su vida, si quizás tendría una buena dosis de coqueteo y porqué no, quizá el beso húmedo de un extraño.
Y con un último mohín de autosuficiencia, abrió la puerta y se dirigió con confianza y autoestima elevadísima, a encontrarse con el taxi que la esperaba en la puerta del edificio y que la llevaría al matrimonio donde, tomando una coca cola light en lata esperaría con un cigarro en la mano frente a la puerta de la iglesia, esperando entrever la armadura de su príncipe azul, inconsiente de la imaginación de una prejuiciosa joven que enfundada en un vestido negro la miraba desde el otro lado de la entrada, y se contaba una historia mental que no podía esperar a escribir.