14 de mayo de 2013

Tenía sujetas una Coca Light y una Gatorade entre las piernas, y sentía mis muslos un poco fríos mientras nos acercábamos a mi casa, doblando en la esquina de mi calle.
Nos habíamos conocido esa noche, y veníamos de la celebración del cumpleaños de una de mis amigas. Partimos en la casa de ella, después a otra, y después a comer hamburguesas de trasnoche, ella en el auto de su amigo R., yo en el auto del amigo de él. Estábamos a tres comunas de mi casa y pensé irme con otra persona, pero él insistió que podía irme a dejar, que para él no era un problema. Insistió, también, pagarme la bebida y la hamburguesa, y yo acepté. 
Nos detuvimos lentamente, y bajé el volumen de la radio un poco. Comencé a recoger mis cosas, y él me miró y me dijo que le gustaba mi ropa. “¿Qué?”, respondí. Él apuntó a mi abrigo y mi cartera, y yo me reí, agradeciéndole que me fuera a dejar. Me acerqué, le di un abrazo y un beso en la mejilla, y cuando me separaba de él, me besó a un costado de la boca. Me detuve en seco, y alejé mi cara de la suya. Me acuerdo del silencio, de que esbocé una sonrisa un poco condescendiente que él no alcanzó a ver. “¿Qué estás haciendo?”, le pregunté. Traté de no asustarme de que de pronto sintiera su mano sujetando mi cuello, evitando que me alejara, tratando de acercarme a sus labios. “Ya po. Para”. Mi voz salió contra su boca, y me susurró “Sólo un beso”. Sentí cómo su mano se endurecía como una garra contra mi nuca, oponiéndose a la resistencia que yo empecé a hacer. “No. Córtala”. Presionó sus labios contra los míos. “Córtala”, le repetí, y él siguió dándome besos cortos mientras yo trataba de alejarme y él seguía presionándome contra su cuerpo. Sentí una punzada de pánico bajándome por la espalda. Su abrazo se puso tenso y siguió ignorando las palabras que salían de la boca contra la se apretaba. Me endurecí, y me escuché a mi misma decir lo más fríamente posible: “¿Te das cuenta de que estás haciendo fuerza?”. Ignoré el miedo de sentir la firmeza de la mano que me sujetaba el cuello, acercándome hacia él. Soltó los brazos un poco, y aproveché la oportunidad para recoger mis cosas lo más rápido que pude, abrir la puerta, y escucharlo decir “… no po, no te vayas así...”. Cerré la puerta con un portazo, y creí escucharlo decirme algo, quizás que habláramos de nuevo, que volviera. Caminé hacia mi casa, y escuché el rugido de su motor alejándose y dejándome con una náusea de miedo mientras cerraba la reja y caminaba hacia la puerta de entrada.
Entré a la cocina como en un trance, y tiré la Coca Light y la Gatorade por el desagüe. 

26 de abril de 2013

Su cama está llena de polvo, llena de migas.
Llena de mí, todo el día, todos los días.
Yo, mientras, espero a que él termine de hablar por teléfono con una mano en el celular y la otra en la parte de atrás de mi cabeza, jugando con el pelo que aun no tengo el tiempo de cortar.
El polvo da lo mismo, estamos adentro y dan lo mismo las migas porque no hay ninguna entre las sábanas. Y lo miro, lo miro hablar y reírse y me repito que no es lo mismo, que los años arrastrándose detrás de nosotros nos trajeron a este punto sin que nos diéramos cuenta, que fue un proceso normal. Que ella es algo de hace unos meses, y yo soy algo de muchas noches, demasiadas noches, y muchas teclas tipeadas con el sonido de un ratón correteando por el teclado. Mucho messenger, mucho "jajaja".
Y me repito que lo mío es más real que lo de ella, que yo ya he bajado tres kilos y que ella está gorda, que yo puedo deshacerme en sus brazos sin pedirle nada más y ella lo arrastra a los cumpleaños de sus compañeras de colegio a escuchar sobre gente que nunca ha conocido y comer canapés de adulto joven.
Él le miente a ella y yo me miento a mí.