14 de abril de 2010

Made you weak.

Se despertó con la mitad de la cara impresa por una servilleta. Abrió los ojos despacito, el sol de la mañana de enero perforando las ventanas hacia sus párpados. La pieza estaba inundada de luz: el mantel blanco la rebotaba en las copas, cada una en su lugar, tenedores y cuchillos dibujaban en el techo pequeños arcoiris que re repetían en cada plato, cada fuente de plata, y le llegaba con dolorosa claridad a los ojos.
Apoyando los codos en la mesa, miró serena a su alrededor. Cada puesto en el comedor estaba inmaculado, pero unas cuantas moscas comenzaban a revolotear encima de las fuentes, cruzando los rayos del sol y posándose con tranquilidad en la carne, el queso endurecido, las frutillas en crema agria. Pestañeó lento y miro hacia sus brazos cruzados sobre la mesa, su piel y vellos resplandeciendo por esa luz esperanzadora de la mañana. Los zumbidos de las moscas rompían la pureza de escena; eso, y ella misma. El prístino mantel tenía a su lado una mancha grande, morada rojiza, bajo la única copa que fue utilizada la noche pasada. El sabor amargo de su boca le hizo darse cuenta que la única persona bebiendo de aquella copa fue ella.
Ella, con el tinto en la mano, el pelo revuelto de los rulos que se había hecho hace horas, bailando alrededor de la mesa desierta al mix que había preparado hace semanas. La botella, vacía, abandonada en el suelo, se la había casi terminado de tomar antes de caer rendida en uno de los puestos del medio, frente al ventanal y a espaldas de la pared, con la coma desparramándose a su lado. Y ahora, el cerdo con piña pudriéndose frente a sus ojos, un cigarro aplastado en su cabeza dorada, la ensalada arruinada por la ceniza, y ella que no lograba sacudirse la noche de encima. Cerró los ojos y suspiró, su pelo cayéndole en puntitas redondeadas contra su espalda, haciéndole cosquillas al trozo de piel desnuda, entre el cierre abierto de su vestido.
Se vio de zapatos altos, la copa (la primera) en la mano, esperando con un ligero taconeo frente a la puerta mientras caminaba en círculos por el pasillo. El reloj de la entrada la mantuvo calmada la primera hora. A las once se exaltó, a las doce se retiró al comedor, a la una y media ya se había terminado la botella de vino y yacía con la pera sobre el mantel, los brazos cayéndole flojos a sus costados y la mirada perdida en la silla de al frente. Y después la mañana, con su sol inclemente y despejador.
El sol rebotó sus rayos en un cuchillo frente a ella, guiñándole en arcoiris desde de su filo. Ella alargó la mano derecha, tomó el cuchilo y estiró el antebrazo izquierdo por la mesa. Bufó una risa y sintiendo la punta helada del cuchillo contra su muñeca, cerró los ojos y se puso a llorar.
No importa. Iría a trabajar como todos los días, vistiendose para nadie, sonriéndole a todo aquel con quien hablara ese día. Llegaría de su alrmuerzo solitario de nuevo a la oficina, detrás de la pantalla, teclearía incansablemente hasta las seis, tomaría el colectivo, llegaría a su casa y ordenaría la mesa.
Se levantó de la silla apoyándose en la mesa, la cabeza retumbandole un poco los recuerdos del vino. Caminó por el comedor, se agachó para recojer sus zapatos y terminó de bajarse el cierre del vestido con la mano que tenía libre, mientras hacía círculos con el cuello, la cara hacia arriba y sus pies que ya conocían el camino de memoria.
Caminando por el pasillo al baño, cambió el rumbo y entró a la cocina, donde se quedó mirando la puerta del refrigerador. Tomó el lapicito que colgaba al cosatdo y lo alargó hacia el calendario sujeto con imanes a la puerta. Trazó delicadamente el dia anterior, con la palabra "cumpelaños" escrita en él, soltó el lápiz y se fue a duchar.