10 de diciembre de 2007

All Blues

Se puede decir que tengo distintas obsesiones.
Me molesta que los cajones y las puertas estén semi abiertos o abiertos cuando no corresponde. Me molestan los ruidos que hacen las tapas de los lápices y los pies de las personas hiperquinéticas cuando chocan contra la pata de un banco. Me molesta que la gente escuche música en el celular cuando voy en la micro, o que abra y coma cualquier tipo de cosa cuando están sentados al lado mío. Me molestan las manchas de comida en la cara de la gente y soy incapaz de concentrarme hasta que o les digo que las tienen o se dan cuenta ellos solos. No me gustan los besos ruidosos ni los sonidos al masticar (y qué decir de mascar chicle con la boca abierta...), y mucho menos que la gente se coma las uñas o se coma los cueritos con exagerados y babosos ruidos.
Si, se me puede llamar histérica. Loca, tal vez.
Pero yo misma me sorprendo a veces de mis reacciones, de mis fallecimientos leves cuando algo me pilla de sorpresa o me acuerdo de algo se supone debía olvidar.
La cosa es que me molesto, me enojo y me harto muy facilmente. Y cuando digo muy, me refiero a MUY.

Ahora, toda esa verborrea viene a un punto que simplemente olvidé por el afán de apretar las teclas mientras escucho jazz. La verdad es que esos pensamientos se fueron cayendo a las manos por una razón en específico, que describiré solo como "comportamiento psicópata" que no pienso detallar para no comprometerme. Eso es lo que pasa: estoy hecha una psicópata. Una buscadora en internet, espía en locomoción colectiva, una norteameicana de los 50 preparándose para la bomba atómica con una cantidad estúpida de arvejas en conserva y pizzas congeladas. Estoy atrincherándome contra un enemigo en aprticular con tal que no me tome desprevenida.
Y para eso, la investigación es necesaria. Y me he descubierto a mi misma dilucidando información desde diversas (y no siempre fieles) fuentes. Estoy jugando a la espía y no tengo siquiera binoculares.

Así es como me he convertido en obsesa y no en estratega. Un estratega no se deja atrapar, no se fuma un cigarro mientras camina vestida de negro bajo unos 34 grados de calor sólo porque algo la tomó por sorpresa. No se avreguenza de teclear y buscar en algunas páginas claves ciertas respuestas para sus interrogantes porque no pueda creer que haya caído tan bajo, que se haya metamorfoseado en serpiente maquivélica sin saberlo. No.
No se da cuenta que las obsesiones la consumen, la llenan y la excusan.
Y una obsesa tiene presente, siempre y a cada minuto, lo dcepcionada que está de ella misma, lo trágica que encuentra su sitación y lo nada que puede hacer para revertirla. Se da cuenta que es adicta a algo y que no puede controlar lo que haga por mucho que se averguenze de ello.
Y eso soy ahora. Una obsesiva, histérica, compulsiva y maniática adicta.
Para decirlo en chileno: UNA LOCA DE MIERDA.