29 de agosto de 2008

Sólo para mí.

Esta soy yo, prostituyéndome de una manera deliciosa. Qué tanto que ya no sea la misma que hace cuatro meses, no es tampoco que esté irreconocible. Y ya, ahora puedo soltarme el pelo y jugar a que viene el verano, como si me gustara toda esa parafernalia de cuerpos exhibiéndose y jugos de frutas naturales con hielo picado, porque ahora soy otra, una puta, una puta producto de la sobreexposición a trabajos mentales prolongados que me han dejado el cerebro del tamaño de una pasita del Valle de Elqui.
Ya me veo a mí, en esa calle sin bifurcaciones ni letreros, con los anteojos de sol cuneta y el brazo afuera como taxista, pero de copiloto, imitando la típica escena de libertad adolescente hollywoodesca de sacar la mano por la ventana y hacerla subir y bajar por las olas de aire. Y la velocidad que entra por la ventana y desordena el pelo pero no la sonrisa, y menos la juventud, los pies apoyados en el tablero con algodones entre los dedos para que no se corra el esmalte y en la radio una canción antigua cuya letra se recuerda a medida que suena.
Yo quise transformarme en esta idea de mí misma, y si me cambia la actitud es porque no tengo el presupuesto para renovar el vestuario. Por ahora me conformo con la lycra imaginaria y la red que enfunda las piernas, parada en mi propia y utópica esquina, esperando a ese auto, justo ése auto, que bajará el vidrio y hará que esta profesión se vuelva lucrativa.
Pero ojo, que aquí por la falta de sinapsis y el exceso de literatura, se me ha pegado lo metafórico y lo de no limpiar lo devuelto con toalla nova, y es por eso que ahora dejo expuesto este lado b de un análisis interno muy extenso y que no necesariamente algo tiene que ver con el mercadeo sexual.
Finalmente, reconocer que lo mío no es más que una proyección mental que de absurda tiene tanto como a mí me falta el estoicismo. Seguiré leyendome esos libritos de bolsillo con las posiciones y comiéndome un sandwich, haciendo hora en Baquedano y jurándome que la dieta la empiezo mañana y que en un mes más estaré rica e irreconocible como me creo ahora. Pero bueno, de algún lado tengo que partir, y si no parto apenas yo quiera es porque siempre he pensado que esto de la prostitución necesita del proxeneta. Es que no soy buena en matemáticas y me dejo convencer con facilidad.

1 de agosto de 2008

Cosquilla.

Era tan lindo cuando salíamos al balcón y hacíamos que nos gustaba ver el atardecer cuando a ninguno de los dos nos gustaba el sol. Esperábamos que dentro la fiesta se encendiera como sólo lo hacen en las noches de verano y entonces yo me arrimaba tí alegando que me daba frío la brisa tibia de las diez y media. Me mirabas y yo contaba las entrellas en tus ojos sintiéndome hermosamente cliché, sin saber qué decirte. Veía cómo la sal se te pegaba en el pelo y hacía como que tu mano en mi hombro echaba allí raíces y nos quedábamos ahí en el balcón coordinando nuestra respiración, hasta que alguien llegaba con una cerveza en la mano y con tono alegre le comentaba a la comitiva que lo pudiese haber seguido que nuestra amistad era envidiable.
Eso fue el verano pasado y a mi tus ramas se me quedaron enredadas en el pelo. No me las saco porque las manos se me pusieron rígidas cuando las crucé a la espalda de tu nueva polola, cuando la abracé como a una hermana.