23 de septiembre de 2006

Voilá

Hay una pequeña ranita, no mas grande que un dedal, que habita en todos y cada uno de los seres humanos.
En el momento del nacimiento, ésta abre los ojos y se instala en la base del estómago, donde esperará alrededor de doce o trece años, para ponerse a saltar.
Primero pensamos que esta ranita salta por ningun motivo aparente. Nos vamos dando cuenta luego, que sólo lo hace en ciertas ocasiones: una sonrisa, un gesto, un roce. Nos hacemos los que no la notamos, y seguimos suavemente con el tiempo, escuchando a la ranita y llenándonos de ella cuando es prudente, e ignorándola cuando más salta.
A veces se emociona mucho y crees que llegará a tu garganta, y que alguien podrá entreverla a través de tu inestable y nerviosa sonrisa, pero aseguro que no hay nada de que preocuparse.
Esa ranita, como muchos no saben, existe solamente para tí.

Disfrútala.

4 comentarios:

... dijo...

jajajajajajajj es verdad!!!!!!!!

jajajajaja es un sentimiento de uno y de nadie pero al fin y al cabo es nuestro y por un instante es verdad.

te adoro

Maca dijo...

Uuh me estoy delatando.
Heavy.
A veces necesario.

Te pillé.
Y te quiero amiga.

Anónimo dijo...

Deliciosamente tierno, Lorena...

Besos,
Bartok.

Anónimo dijo...

Había una vez un hombre que, en vez de ranita, estaba habitado por un sapo. Un sapo marrón, obeso y resbaladizo, que se había estado quieto durante años en el estómago de ese hombre, alimentándose de todos y cada uno de los miedos y complejos que albergaba su morada.

Un buen día (siempre se dice así, ¿verdad?), algo hizo que aquel sapo gordo y feo comenzara a saltar, amenazando con asfixiar en sus embestidas a su ¿propietario?
Asustado ante semejante terremoto interior, el hombre acabó por cerrar fuertemente su boca, su pecho y su corazón, dejando sin espacio al pobre sapo, que acabó ahogado en su propio entusiasmo...

Y es que los hay que no merecen la suerte que les acompaña.

Un saludo,
Bartok.