Hay una pequeña ranita, no mas grande que un dedal, que habita en todos y cada uno de los seres humanos.
En el momento del nacimiento, ésta abre los ojos y se instala en la base del estómago, donde esperará alrededor de doce o trece años, para ponerse a saltar.
Primero pensamos que esta ranita salta por ningun motivo aparente. Nos vamos dando cuenta luego, que sólo lo hace en ciertas ocasiones: una sonrisa, un gesto, un roce. Nos hacemos los que no la notamos, y seguimos suavemente con el tiempo, escuchando a la ranita y llenándonos de ella cuando es prudente, e ignorándola cuando más salta.
A veces se emociona mucho y crees que llegará a tu garganta, y que alguien podrá entreverla a través de tu inestable y nerviosa sonrisa, pero aseguro que no hay nada de que preocuparse.
Esa ranita, como muchos no saben, existe solamente para tí.
Disfrútala.
4 comentarios:
jajajajajajajj es verdad!!!!!!!!
jajajajaja es un sentimiento de uno y de nadie pero al fin y al cabo es nuestro y por un instante es verdad.
te adoro
Uuh me estoy delatando.
Heavy.
A veces necesario.
Te pillé.
Y te quiero amiga.
Deliciosamente tierno, Lorena...
Besos,
Bartok.
Había una vez un hombre que, en vez de ranita, estaba habitado por un sapo. Un sapo marrón, obeso y resbaladizo, que se había estado quieto durante años en el estómago de ese hombre, alimentándose de todos y cada uno de los miedos y complejos que albergaba su morada.
Un buen día (siempre se dice así, ¿verdad?), algo hizo que aquel sapo gordo y feo comenzara a saltar, amenazando con asfixiar en sus embestidas a su ¿propietario?
Asustado ante semejante terremoto interior, el hombre acabó por cerrar fuertemente su boca, su pecho y su corazón, dejando sin espacio al pobre sapo, que acabó ahogado en su propio entusiasmo...
Y es que los hay que no merecen la suerte que les acompaña.
Un saludo,
Bartok.
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