2 de febrero de 2007

Bittersweet

Viene en una caja que te dan al cumplir los dieciocho.
Viene con unas muelas del juicio que crecieron, extrañamente, desviadas. Un paquete de cigarros, un carnet que sí funciona y un celular con batería.
Trae también un cd que le dijiste a todos que nunca habías escuchado, y apenas se van, lo pones a todo volumen y bailas en ropa interior. La foto del que dijiste ya habías olvidado pero que nunca ha conocido el polvo o el desuso.
El chocolate que sacaste sin pagar del supermercado, maquillaje, porque nunca se sabe, y no falta el paquete de condones que incluye algún optimista.
Si escarbas bien, apuesto que encuentras justo lo que temías encontrar. Ahí está la libreta con las notas mas alta de tu existencia, la tarjeta de cumpleaños de cuando cumpliste ocho años y el beso más dulce que has dado en la vida.
Una calculadora que te enseña funciones y ecuación de la recta. Un mechón de pelo y una pulsera de hospital.
El primer y vergonzoso poema de amor que escribiste. La primera vez que anduviste en bicicleta, la primera vez que te caíste de ella. Está esa vez, también, cuando aprendiste a hacer globos con el chicle.
La espuma de un baño de tina y una mancha de café con leche en la corbata de colegio.
Las lágrimas de rabia.

Y si revisas el fondo de la caja, ahí está.
La madurez acecha, mientras la buscas, intentando morderte la mano y hacerte llorar más por las memorias que por el dolor.

Te mira con sus ojos rasgados, sonriendo malévola y esperando que por algun descuido, pueda saltar a tus dedos y treparte por el brazo para sentarse en tu hombro bien creca de la oreja y con su vocecilla molesta comenzar a enumerarte todas las cosas que ya no hiciste (ballet desde los cuatro, ir a disney, ponerte desde chico los frenillos, haber avanzado los tres centímetros que faltaron en esa fiesta) y recordarte, también, lo que la gente ahora espera de tí ahora que, legalmente, estás en todos tus cabales.
Si la ves dentro de la caja, tápala con ese pedazo de chicle que pegaste por primera vez debajo de un banco, y por si acaso, envuélvela en el primer billete que te pasaron tus papás. Tápala también con algún implemento que algun amigo depravado te regaló y que guardas con verguenza en un cajón y que a veces reconoces te tientas a usar. Y como nunca se sabe, aconsejo que la metas bien apretada dentro del puño con el que diste el golpe mas fuerte a una pared.


Después cierra la caja, y déjala bajo la cama.

5 comentarios:

Conti dijo...

hace algún tiempo que leo por aquí. Pero ilegalmente.
Hoy me gradúo esperando legalidad.
mil saludos, un gustazo.

Jesusísima dijo...

Una vez cuando era muy chica, después de un baño de tina quise guardar esa espuma, y dejé un poco en una cajita. Al rato no estaba. Volví a darme un baño de tina para guardar otra vez la espuma, y otra vez desapareció. Así siguió pasando un par de veces más, y yo creía que alguien me estaba sacando la espuma.
Muchas gracias por tu post, es muy lindo, en serio muchas gracias por leerme y dejarme ese mensaje.
Nos leemos :)

angeles dijo...

aparecen cuando uno menos se lo espera? no creo...
esto tiene q dar para una conversa familiar.
Te quiero y aparece luego por la casa. Besos niñin, hijo bailarinisticoliterato.

Maureen Cecilia dijo...

parece que voy a ir a sacar mi caja...
cariños tutoreada!!

Anónimo dijo...

Treinta años más tarde, la caja ya está gastada; la tapa no cierra, y muchas de las cosas que pensaste guardabas, desaparecieron como la espuma del baño de tina de tu amiga. Hay mucho más de "bitter" que de "sweet" en ella, pero no pierdes la esperanza de que la vida acabe por darte alguna buena sorpresa, algún día... y, en esas, sigues desgranando los días de tu vida, casi olvidado de que, hace mucho tiempo, tú también fuiste joven.

Me sigues sorprendiendo...

Con cariño,
Bartok.