La
incertidumbre, la intriga. Esa sensación en el estómago que cuesta admitir que
se extraña.
El
alcohol ayuda, siempre.
Y estar
contra una pared, no escuchar ni los propios pensamientos por la música y las
voces, y hacerme la que no entiendo, la excusa, sí, la excusa de mirar hacia
arriba, a los ojos, sonreír y decir “¿ah?”, ayuda también.
“Que
eres muy linda”
“Gracias”
Una
piscola fría que niegue el invierno que empieza afuera, ignorar que no hay
plata para el taxi, que esta noche no dependo de mi y que probablemente lo pase
normal, más o menos. Nada del otro mundo.
“¿Viniste
sola?”
Preguntar
por la pareja de ese modo escomo preguntarle el apellido de quien se te olvidó
el nombre, como decirle “¿y cómo te busco en Facebook?”
“No, con
unas amigas no más”
“¿Querí
bailar?”
Y la
sensación en la guata cambia. No, no quiero bailar.
“Ya po,
dale”
No, no
quiero tener que gritarte mi nombre en la oreja, tener que responder qué hago,
si vengo acá siempre. No me interesa de qué signo seas. Se me fue la sensación
rica, del susto amortiguado, de saberme observada, pero de lejos. Ya no es el
cosquilleo agradable, no, ahora es el asco. El pánico.
“¿Qué?”
“Un
magíster”
“Buena”
Cállate,
cállate, te importa un pepino y a mi también. Pero ayuda pretender. Hacer como
que los cinco minutos de interacción puedan ser el principio de una historia
que contaremos mil veces. Borrarse, anularse, crearse de nuevo ante los ojos de
una persona.
El
cinismo, el coqueteo, y más alcohol, ayudan.
Abrir la
boca, cerrar lo ojos, levantar los brazos, ponerse a saltar. Ahora es posible
alejarse unos centímetros.
“Me
encanta esta canción”
Y tú me
aburriste. La verdad es que nunca tuviste oportunidad. No eres tú, soy yo. Yo,
yo estoy cagada. Yo, siempre. Te usé, sí, te usé: fuiste el momentáneo alimento
de mi ego. Y ahora necesitas desaparecer.
Y
empieza la táctica, lanzarse en picada cada vez que nuestras caras coinciden en
enfrentarse. Pánico. Aléjate de mí, qué asco, no, no de nuevo, córtala. No
quiero.
“Oye,
sabes, quiero ir a buscar a mis amigas”
Sí, sabes.
Chao conmigo.
“Dale,
nos vemos”
La
separación alivia. Perno. Guácala. Eso me digo: “qué tipo más latero”.
Pero no
importa que no me acuerde después de tu cara, que solo evoque detalles ínfimos.
La luz de la calle que te rebotaba en la oreja, el momento congelado en el que alzaste
tu brazo para ofrecerme un trago de tu vaso. No importa como lo haya pasado
durante, que apenas me tocaste la cintura bailando me quise morir, quería escaparme, tirarte el trago
encima, da lo mismo. Lo que importa fue el rato, los segundos, en los que de
lejos no era nada, pero podía ser, pero aun no era. Que me miraras, bastaba. Te
estoy agradecida.
Otro
trago más ayuda.
Todo
para sentirme un poquito menos sola.
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